La voz salió de los parlantes como una fantasía de ciencia ficción retro, sobrevoló la marea humana que gritaba, silbaba y lloraba cantando su nombre en Plaza de Mayo, y prometió: “Vamos a volver.Voy a hacer todo lo que esté a mi alcance para estar junto a ustedes. Y lo vamos a hacer porque tenemos algo que jamás van a tener y jamás van a poder comprar: tenemos pueblo, tenemos memoria”. El audio de Cristina Fernández de Kirchner llegaba de su domicilio en la calle San José, donde cumplía el primero de los 2190 días de prisión a los que fue condenada, y prometía, como si fuera 2017, que el peronismo volvería a ser gobierno. La nueva resistencia peronista había comenzado, y arrancaba con vientos de nostalgia.
Los organizadores de La Cámpora hablaban de medio millón de personas. Los más cautos, en cambio, calculaban poco más de la mitad. Pero fueran miles o cientos de miles, las columnas de sindicatos, partidos, organizaciones sociales y personas sueltas –muchas personas sueltas– desbordaban la Plaza de Mayo y se desparramaban por Avenida de Mayo y Diagonal Norte y Diagonal Sur. Era la primera gran demostración de fuerza del peronismo desde el inicio del gobierno de Javier Milei, y la dirigencia estaba exultante.

La columna de La Cámpora fue una de las primeras en ingresar. Inmensa, ruidosa, rabiosa: era la mística de todas las marchas por el 24 de marzo potenciada por la lucha contra la proscripción de su líder política. En un clima nostálgico de los 12 años de gobierno kirchnerista, La Cámpora se movilizaba sintiéndose más reivindicada que nunca. “Intentaron matarla, el tiro no salió y ahora salió el tiro del fallo. Y les va a salir por la culata porque la gente se cansa y patearon el hormiguero”, afirmó Wado de Pedro, minutos antes de ingresar a la plaza por Diagonal Sur.
A unas cuadras, en Avenida de Mayo, los pasacalles bailaban como guirnaldas sobre las columnas de personas que marchaban. “Argentina con Cristina”, rezaba un cartel del Movimiento Derecho al Futuro, la nueva agrupación de Axel Kicillof que, pese al malestar con CFK y el internismo con el camporismo, había cubierto las inmediaciones de Plaza de Mayo con mensajes en contra de la condena contra CFK.

La columna, encabezada por el gobernador y la tropa bonaerense que impulsa su aventura presidencial, como el “Cuervo” Larroque, el intendente Mario Secco o el diputado Juan Marino, también se extendía a lo largo de varios metros: una muestra de músculo territorial del flamante kicillofismo, que sacaba pecho y presumía haber llevado la mayor cantidad de militantes en defensa de CFK. Cómo para que no hubiera lugar a dudas.
“Es un golpe de autoritarismo que se expresa en una condena injusta y fuera de la ley, en un procedimiento judicial trucho contra Cristina. Acá tenemos que estar, en la calle”, declaró Kicillof mientras marchaba por 9 de Julio, y agregó: “De cara a septiembre vamos a buscar una lista conjunta de todos los sectores”.

Pero la Corte Suprema no sólo había logrado unificar a kicillofistas y camporistas, había logrado algo más insólito: que la izquierda marchara en defensa de Cristina. La columna del Polo Obrero arribó, junto al PTS y el gremio docente Ademys, con bombos y una bandera inmensa que decía “La proscripción refuerza el régimen. Afuera Milei”. Marcela, una abogada que tiene una discapacidad y caminaba cojeando porque se había roto una pierna, sonreía sacándose fotos con la columna, haciendo la V peronista: “Yo le agradecí a ”(Myriam) Bregman, porque hoy teníamos que estar todos. Porque esto nunca pasó en la Argentina, hay que defender la democracia“, explicó.
A unos metros, la diputada Vanina Biasi encabezaba la columna de la izquierda: una postal roja en medio de la marea azul y blanca de las banderas y la mayoría de las agrupaciones peronistas. “El fallo de la Corte no viene a subsanar la corrupción. Es un fallo proscriptivo que hoy viene contra Cristina, pero mañana viene a reordenar el escenario político en favor de los intereses que defienden a Millei”, argumentó Biasi que, chicanera, no pudo evitar agregar: “Tal vez si hubieran luchado como la izquierda el fallo no hubiera salido”.
A unos metros, un par de chicas que charlaban eran interrumpidas sistemáticamente por personas que les pedían sacarles una foto. Melisa es trabajadora no docente en la UTN y tenía una remera puesta que dice “Vos tan gato y yo tan yegua”.

Más adelante, ya llegando a Plaza de Mayo, una pareja de jubilados se comía un choripán en una de las decenas de parrillas ubicadas a lo largo y ancho de la convocatoria. Laura tenía atada a la espalda una bandera con la cara de Cristina que había tenido que sacarse cuando se subió al tren viniendo desde Hurlingham, porque la policía estaba deteniendo personas en el transporte público. No solo allí: sindicatos y organizaciones denunciaron que las fuerzas de seguridad que comanda Patricia Bullrich habían realizado requisas en rutas nacionales y en los puntos de ingreso a la Ciudad, revisando pertenencias y pidiendo documentos.
“Yo a ella le agradezco haberme dado la dignidad de tener la heladera llena”, sintetizó, seria, Laura, mientras su marido asiente.
“No me dejan competir porque saben que pierden”
Pasadas las 16 horas, comenzó el acto. Un acto simbólico, sin oradores y que se limitaba a pasar un audio de CFK desde su prisión domiciliaria en el barrio de Constitución. Una nueva era. “Espero que estén muy bien. Yo aquí, en San José 1111, firme y tranquila. Eso sí, con prohibición de salir al balcón. Dios mío, qué cachivaches que son”, comenzó Cristina, entre las risas de los manifestantes de la plaza.
“Me gustó escucharlos cantar otra vez ”vamos a volver’. No lo hacíamos hace demasiado. Me gusta ese ‘vamos a volver’ porque revela una voluntad, la de tener un país donde los pibes vuelvan a comer cuatro veces al día“, admitió la voz de CFK, que de vez en cuando era interrumpida por los cantos de manifestante que coreaban, una y otra vez, con ”Vamos a volver“.

En su mensaje grabado, la ex presidenta anticipó que el gobierno de Javier Milei se iba a caer. “Y se cae no solo porque es injusto e inequitativo, sino porque es insostenible”, insistió, y agregó que “el verdadero poder económico sabe que este modelo económico no tiene futuro y por eso es que estoy presa, pero hay algo que deben entender todos, y es que podrán encerrarme a mi, pero no podrán encerrar a todo el pueblo argentino”.
Entre los chiflidos de los manifestantes, CFK volvió a arremeter con la misma pregunta que se había hecho la semana pasada, previo a que se conociera la condena de la Corte Suprema: “¿Por qué si estaba acabada no me dejaron competir? Bueno, acá esta la respuesta. Yo presa en San José sin poder salir siquiera al balcón. Menos mal que no tengo macetas porque ni las podría regar. Gente ridícula, ¿saben por qué no me dejaban competir? Porque saben que pierden”, provocó.
Los chiflidos llegaron hasta la Casa Rosada, semi vacía por esas horas. Milei no había pisado el edificio en todo el día, y había sentado su base de operaciones desde Olivos, en donde se dedicó a tuitear sobre la crisis de corrupción que sacude al gobierno español del socialista Pedro Sánchez, el superávit financiero del mes de mayo y el conjunto de leyes que Federico Sturzenegger había desregulado en el día. Pero de la marcha a Plaza de Mayo, nada.

Ya sobre el final, CFK se conectó brevemente en vivo. Agradeció, mandó cariño e ironizó sobre el nuevo mecanismo de comunicación. “La razón nuestra es la razón de los pueblos, que se niegan a ser arrasados y también una patria que se niega a ser colonia”, cerró y, en los parlantes en los que antes sonaba su voz, comenzó a sonar Los Redondos cantando “Todo preso es político”.
Una chica rubia con una remera con el rostro de CFK lloraba desconsolada. “Le agradezco la dignidad, acá vamos a estar”, explicaba, hipando. A unos metros, un par de amigos que, una hora antes, se habían quejado de que se cantara “Vamos a volver”, abandonaban la Plaza de Mayo. “Estamos condenados a cantar esa canción parece”, ironizó uno de ellos, resignado. De fondo seguían sonando Los Redondos. Una postal de kirchnerismo explícito que podría haber salido del 2012.
MC/MG