Fue una noche de grandes desafíos para la Selección, la nuestra, la de Messi, la de Scaloni, la de todos los que no pudieron viajar por Covid o por lesiones. Había que demostrar que la idea puede prevalecer, aunque faltara el mejor jugador, el estratega y emblema del grupo. Y el entrenador, que lo vio desde Ezeiza, sorprendió con el Papu Gómez y Nicolás González desde el arranque. Armó un 4-2-3-1 con un doble cinco que se conoce de memoria (De Paul-Paredes), tres volantes ofensivos con muchísimo ida y vuelta (Di María-Papu Gómez-Nico González) y Lautaro Martínez como faro de ataque.
Pues bien, este grupo, el del recambio generacional, el que ganó la Copa América, el que fue depurado y renovado por Scaloni, aprendió a jugar sin Leo. Y eso quedó demostrado, al menos, en un primer tiempo muy interesante.
Las urgencias eran todas chilenas. Por eso hubo un cambio bastante radical en la segunda parte. Chile entendió que debía empujar. Ir. Presionar. Y se hizo de la pelota. Fue casi un monólogo de posesión, con una Argentina que se replegó, que dejó venir a ese rival que mostraba más ganas que ideas. Había que acomodar las fichas en el tablero, por eso Samuel movió el banco y le dio más presencia al mediocampo con el Huevo Acuña y Lo Celso. Entendió que con la ventaja había que batallar en el medio y, de paso, dejó flotando a Julián Álvarez. Y, cuando hizo falta, apareció Dibu Martínez. Bien Argentina, inteligente, con aplomo. Desierto con amor.